29 abr 2008

Una mediática batalla de ideas

(Por Fabián Amico) Verdades y mentiras sobre el conflicto agropecuario. Las negociaciones en curso entre el gobierno y las entidades del sector agropecuario se producen en un contexto general signado por una fuerte batalla ideológica y un duro debate sobre los posibles modelos de desarrollo.
En ese marco, con la cancha de los medios de comunicación absolutamente inclinada a favor de una dirección ortodoxa, conservadora y en defensa de los intereses del establishment en general, se han vertido en estos días una serie de argumentos falaces y de mentiras que es preciso discutir. Esos argumentos, muchas veces esgrimidos por los representantes del campo y otras por los «comunicadores», pueden agruparse en torno de los siguientes:

1. Las retenciones son un impuesto «distorsivo,

2. El campo es quien «banca» al conjunto del país,

3. El campo es quien mayor esfuerzo hizo para la recuperación económica de estos últimos años,

4. El campo es uno de los sectores que más impuestos paga,

5. Como la soja se exporta casi en su totalidad, debería tener menores retenciones,

6. Es injusto que hayan aumentado las retenciones después de que los productores ya habían sembrado teniendo en mente el precio de ese momento.

Una presentación detallada del Centro de Estudios Arturo Jauretche responde a varias de estas afirmaciones. Allí se recuerda que las retenciones son un impuesto a las exportaciones que capta una parte de la renta de la tierra, en este caso aumentada considerablemente por los altos precios internacionales. Como tal, no es equivalente a los aportes fiscales que hacen los salarios o el impuesto a las ganancias. Más aún: la renta del agro se vincula con los precios internacionales por la vía del tipo de cambio (una variable de política económica): en ese contexto, reclamar que las retenciones son «confiscatorias» equivale a decir que la devaluación del 2002 fue «confiscatoria» del salario y de las ganancias. Un absurdo. Pero vayamos paso a paso.

-Primero: ¿Son un impuesto «distorsivo»? Sí, son distorsivas ya que introducen una «distorsión» en el funcionamiento del mercado. En idéntico sentido, todos los impuestos son «distorsivos». En verdad, quienes emplean el calificativo de «distorsivas» suponen un mundo idílico donde existiría, previo al Estado y a la estructura institucional de la sociedad, un mercado de libres productores/compradores con perfecto conocimiento y perfecta competencia. Y suponen además que ese «mercado libre», abandonado a sus propias fuerzas, conduciría a un resultado de armonía social y eficiencia económica. Del mismo modo sería «distorsivo» que el Estado provea educación pública (porque distorsionaría el «mercado» de «servicios educativos» privados) o que el Estado provea salud pública («distorsionaría» el «mercado» de los «servicios de salud»), etcétera. En verdad, lejos de las utopías ingenuas, el imperio del «libre mercado» es el reino descarnado del más fuerte y, por tanto, la intervención pública apunta en general a incluir los sectores que el mercado excluye, hacer lo que el mercado no hace y fijar algunas pautas mínimas de convivencia social, llegando en el límite a la planificación de la vida económica con criterios acordes a la etapa civilizatoria en que nos encontramos.

-Segundo: «El «campo» es quien más produce para el país». El sector agropecuario, que tiene una gran diversidad de actores y de producciones (no sólo ganado vacuno, soja, trigo y maíz), incluyendo trabajadores asalariados -en un setenta por ciento en negro-, no es el sector que más produce ni que agrega más valor. En 2007 el PBI del país fue de 359 mil millones de dólares. El sector agropecuario completo (agricultura, ganadería, caza y silvicultura) aportó 19 mil millones de dólares, el 5,3 por ciento de la economía nacional. En otros términos: de cada 100 pesos de bienes y servicios que se venden en Argentina, para consumir o para invertir, sólo cinco pesos provienen del «campo». Así, el sector agropecuario es el octavo sector económico en importancia de la economía argentina.

-Tercero: «El campo es quien mayor esfuerzo hizo en estos años de recuperación económica». En principio, debe decirse algo aunque resulte obvio: el aporte principal provino de los trabajadores que, no solo no «ganaron», sino que recién ahora están recuperando las pérdidas salariales que sufrieron con la devaluación. En términos generales, el PBI creció entre 2002 y 2007 un 52,7 por ciento: pasó de 235 mil millones de dólares, a 359 mil millones. El sector agropecuario pasó de aportar catorce mil millones de dólares a producir 19 mil millones. En suma, el «campo» aportó el 3,7 por ciento del crecimiento económico global ocurrido entre 2002 y 2007, y es el séptimo sector económico en importancia por su aporte al crecimiento. Mucho más aportaron la industria, el comercio, el transporte y la construcción.

-Cuarto: «El campo paga muchos impuesto como para que ahora le pongan retenciones». Se aduce que las retenciones «afectan la rentabilidad» del agro. Pero ¿cuánto paga de impuesto a las ganancias el «campo» en relación a su importancia económica? En 2007, del total del impuesto a las ganancias, el sector agropecuario aportó 1.170 millones de dólares: el cuatro por ciento (¡con bonanza récord!). La industria, por ejemplo, pagó nueve mil millones, que representan el 35 por ciento. Según datos de Afip, el agro emplea menos trabajadores y les paga menos en promedio que la industria. Por ende, la proporción del valor agregado que va a las ganancias del empresario es mucho mayor en el campo que en la industria (para decirlo rápido: hay más explotación). Significa, por ende, que el «campo» evade mucho más.

-Cinco: «Si la soja se exporta casi en su totalidad, entonces debiera tener menores retenciones». Aunque la soja no sea parte del consumo interno, su continuo y sostenido avance en la superficie sembrada es sumamente problemático. Cada hectárea adicional que se siembra con soja, es una hectárea menos que hay para dedicarla a otros cultivos, a la ganadería o a la lechería, además de que el monocultivo de soja deteriora la tierra y demanda crecientes cantidades de fertilizantes y herbicidas, disminuye la diversidad de actividades agropecuarias, limita la oferta agroindustrial y destruye empleo rural.

El inefable ingeniero Héctor A. Huergo, por ejemplo, cabeza del suplemento rural de Clarín y defensor abierto del complejo sojero, argumenta que la consecuencia de las retenciones «es desatender el llamado global por más alimentos, porque quitar incentivos al agro se paga con menor producción futura», cosa que se viene diciendo desde 2002 aunque la producción no deja de aumentar. Agrega que en el proceso de recuperación económica «el complejo soja fue el más dinámico, con una demanda mundial de crecimiento explosivo» y que «sin proponérselo, Argentina se ha especializado en proveer al mundo estos insumos básicos de la producción de proteínas animales de todo tipo. Esto no es ni bueno ni malo. Es lo que hay...». ¡Es lo que hay! Si se considera un conjunto de 18 cultivos, en 1980 se sembraron con ellos 20,7 millones de hectáreas y el ocho por ciento fue de soja. En los últimos 26 años la superficie dedicada al conjunto de cultivos mencionado arriba, aumentó un 51,2 por ciento, pero la superficie dedicada a cultivos que no son soja se redujo 17,8 por ciento. Esto es «sojización». Hay quienes afirman -Huergo, por ejemplo-, con cierto aire sofisticado, que no hay que «demonizar» a la soja, pero olvidan decir que esta tendencia arrancó mucho antes que se aplicaran retenciones. Y tampoco explican cómo piensan que se van a producir los alimentos que el país (no el mundo) necesita si la «sojización» continúa.

Huergo, por caso, llegó a decir que, es cierto, la soja se expande, pero «también lo hacen los demás cultivos». Estimado Huergo… La suma de todos los porcentajes da cien por ciento: si la soja ocupa más área cultivable (y mucha) lo hace forzosamente a costa de otros cultivos, como muestra el cuadro siguiente:

-Sexto: «Es injusto que se hayan aumentado las retenciones después de que los productores decidieran la siembra». Durante 2007, el precio internacional de la soja era de 317,3 dólares la tonelada según Chicago Board of Trade. Las retenciones eran del 35 por ciento, por lo cual el precio de venta -descontadas esas retenciones- ascendía a 206 dólares la tonelada. En febrero de 2008 el precio internacional de la tonelada de soja había aumentado a 508 dólares, ¡un sesenta por ciento! Las retenciones subieron de nivel a cuarenta por ciento, un aumento del 14,3 por ciento. El precio de venta, descontadas las retenciones, llega así a 304 dólares la tonelada, un aumento del… ¡47 por ciento!



Soja: Precio efectivo

(descontadas las retenciones del 11 de marzo)



U$S Tn Ret Pcio efect

317,3 35% 206,2

508,0 40% 304,8

% 60,1 47,8



Por tanto, los precios que obtendrán tras la cosecha serán superiores en 47 por ciento a los que estaban vigentes cuando se realizó la siembra. En suma, se puede estar a favor o en contra del gobierno, se puede legítimamente reclamar medidas adicionales para lo pequeños productores (muchas veces estrangulados por los pools de siembra y por los mismos grandes complejos sojeros que alentaron el paro agropecuario). Lo que no se puede es mentir.

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